diumenge, de maig 30, 2010

La Nena de Vilamajor

En nuestras constantes visitas a las parroquias de la diócesis de Barcelona para la elaboración del Catálogo Monumental de la Archidiócesis nos hemos encontrado con no pocas sorpresas, algunas de ellas muy gratas. Tal es el caso del descubrimiento de un relieve de la diosa Artemis en una masía del pueblo vallesano de Sant Pere de Vilamajor.

El origen de tal hallazgo se debe especialmente al rector Mn. Josep Poch ya los señores Pujol, de Can Canal de Vilamajor. El día 25 de julio de 1986 Mn Poch me entregó en el obispado una fotografía del mencionado relieve. Mi sorpresa fue mayúscula. Sin pestañear le dije que se trataba de la diosa de la fecundidad, “Artemis” para los griegos y “Diana” para los romanos. “Es aquella diosa —le dije— de la que San Pablo nos habla en sus viajes y a la que daban culto en Efeso ya en el siglo IV antes de Cristo.”

El mismo día, el servicio de catalogación del Archivo Diocesano de Barcelona consultó inventarios y libros especializados de arte íbero-romano y visitamos el Museo de Arqueología de Barcelona. De este modo empezó un itinerario a través de los museos europeos que duró más de 5 meses. Ya desde el principio tuvimos la impresión de encontrar nos ante una pieza de singularisimo interés artístico, así como de que era muy difícil hallar otra es cultura similar gracias a la cual pudiéramos deducir conclusiones.

La “Nena de Vilamajor” —a la cual bautizamos, con un bautismo laico por supuesto— era un enigma. Es un bloque de piedra arenisca de color grisáceo, cuyas dimensiones son 57x22 x 18cm. El relieve mide 57x22x 1,5cm. En la parte posterior la piedra está sin pulimentar y conserva los cortes de cantero. Como hemos indicado, representa a la diosa Artemis, pero de un modo muy rústico aunque con gran belleza y alta expresividad. Sus manos están a la altura de la cara y en eso difiere de otras representaciones de la misma diosa en las que las manos se hallan extendidas a la altura de la cintura. La cabeza se encuentra un poco elevada, y alrededor de ella hay dos trenzas en forma de diadema, muy típica en el arte íbero-romano En el cuello se aprecian dos collares: el mayor tiene siete adornos (en forma de perlas) y el menor ocho. Similares adornos o brazaletes aparecen en ambas muñecas. El cuerpo está claramente dividido por un conjunto de pechos y unas raíces o ramajes. En el primer sector hay dos pechos prominentes y cuatro hileras de pechos mucho más pequeños: las dos primeras tienen ocho cada una, la tercera siete y la cuarta seis. El ramaje es poco simétrico y en la parte inferior se observan unos pies ladeados. Si comparamos, por ejemplo, esta escultura con la Artemis de los museos capitolinos de Roma, se aprecian unas coincidencias comunes entre ambas en los elementos fundamentales, aunque hay muchísima más perfección en el acabado de la escultura romana. Esta es policromada; en la diosa de Vilamajor no aparecen indicios de que lo fuera, a pesar de que tiene una capa blanquecina que se observa a través del cuerpo, ya que nos consta que estaba pudorosamente encalada en un muro de la mencionada masía. Las características estilísticas de esta pieza nos recuerdan las de los relieves hallados en Osuna y que se custodian en el Museo Arqueológico de Madrid, o sea, de la época íbero-romana de los siglos II o I antes de Cristo. Pero debemos afirmar que aún es prematura su datación, puesto que se halla en examen de los más eminentes especialistas.

De la cultura romana tiene los mismos denominadores comunes que se aprecian en las obras realizadas en las provincias dominadas por la Roma antigua, quien a pesar de haber copiado en un principio los ideales helénicos, las dotó de forma y contenido propios. Con la expansión del Imperio se extendió su concepción religiosa y artística, pero en nuestro país tendría que convivir con una arraigada cultura ibérica. De este modo una diosa de origen griego llega a nuestras tierras totalmente transformada al gusto romano, y aquí se la representa según los sentimientos religiosos de la cultura ibérica para servir a sus ritos y costumbres locales. Sus ornatos, formas primitivas y esquemáticas, sus rasgos geométricos y la tosquedad técnica de su realización no hacen más que manifestar sus orígenes ibéricos.
Como en otros lugares de nuestro país, esta pieza escultórica, concebida exclusivamente para el servicio de una idea religiosa, podría hallarse ubicada en un pequeño santuario motivo de culto local por parte de un reducido núcleo de población. La diosa Artemis o Diana fue muy honrada en todo el mundo grecorromano y especialmente en Efeso, donde tenía un gran santuario, considerado como una de las siete maravillas del mundo. Los efesios, que le atribuían la fundación de su ciudad, habían obtenido para su templo el derecho de asilo y celebraban sus fiestas en el mes de “Artemisión” (abril-mayo). Acudían peregrinos de toda el Asia Menor, a quienes se vendían pequeñas capillitas con la estatua de Artemis. Esto es lo que dio ocasión a la revuelta que nos narran los Hechos de los Apóstoles (Act. 19, 24—35), temerosos los artífices de que San Pablo, con su predicación de Cristo, les estropean su negocio. La imagen de la diosa era cilíndrica y, según algunos, estaba esculpida en un aerolito; todo en ella simbolizaba la fecundidad; el gran número de pechos que tenía, así como las flores y ramas que decoraban su vestido de cintura para abajo.
Aunque inicialmente parece haber sido sólo una diosa madre, patrona de la fecundidad y protectora de los pastos, los griegos la convirtieron en diosa virgen, hermana gemela de Apolo, con quien va siempre unida, e hija de Zeus y Leto, y la consideraban patrona de las niñas y jóvenes. A pesar de ello guardó siempre sus atributos como diosa de la fecundidad. La mitología nos la presenta como una diosa cruel y benéfica a la vez. Parece provenir de la fusión de varias diosas primitivas de diverso origen, por obra del sincretismo reinante. En algunos lugares se le tributaba un culto cruel: la flagelación de niños, posiblemente como sustitutivo del sacrificio cruento de los mismos. Sin embargo, al extenderse su veneración a todas las provincias romanas prevale ce el carácter de diosa protectora de la fecundidad y de las buenas cosechas. De ahí el arraigo de su culto en la sociedad agrícola que pervivió hasta el siglo VIl después de Cristo. Las iglesias de las Galias, España e Irlanda arremeten contra esos ritos en los cánones de no pocos concilio provinciales. Es —afirman los obispos— un crimen nefando simultanear el culto al Dios único y verdadero con la veneración al ídolo de Artemis. No es extraño encontrar indicios de culto a esa divinidad en nuestras tierras.

En la zona del Vallés hay innumerables poblados íbero-romanos y muy especialmente cerca de Sant Pere de Vilamajor, concretamente en Llinars. Las villas romanas se extendieron en una amplia zona de aquellos valles. Muy significativos son también los restos arqueológicos de la Alta Edad Media en aquella zona. Precisa mente en Santa María de Llerona se custodia en su iglesia una extraña pieza romana que bien podría ser una parte del cuerpo de la diosa Artemis. En cuanto al pueblo de Vilamajor, “es muy probable que date de la época romana”, según la erudita historiadora Mercé Aventin i Puig en un reciente artículo publicado en “La Van guardia” (7-XII-1986). En la misma fachada del templo parroquial hay una lápida sepulcral de un presbítero llamado Orila, del año 872. Al lado de la iglesia se levanta majestuosa una torre —convertida en campanario— del antiguo “palau comtal” del no menos remoto período románico.

La masía de Can Canal —en donde se halla tan notable pieza— viene mencionada ya en el año 1209 en los pergaminos de la parroquia de Sant Pere de Vilamajor, los cuales esperamos poder publicar en breve gracias al estudio de tales documentos transcritos por la mencionada historiadora señora Aventín. Todos esos indicios nos avalan la suposición de que nuestra “Nena de Sant Pere de Vilamajor” es muy antigua. Hemos asaeteado a preguntas a los propietarios de Can Canal. La “Nena” tiene también su añeja historia y tradición. Antes de la remodelación de la Masía (a. 1984), estaba colocada horizontalmente debajo del arco de la escalera principal. De padres a hijos se decía — como si fuera un secreto arcano familiar— que “aquella pedra no es podía tocar, car el dia que es tragués del lloc que ocupava, segur que cauria tota la casa”. El muro, que era de tierra amasada, se derrumbo y con él cayó la piedra. Pero el maleficio no llegó a cumplirse. Los habitantes de la masía consideraban aquella “imatge” como si fuera una santa. A su lado tenía siempre una pequeña pila de agua bendita con la cual se per signaban siempre que pasaban delante de ella.

DOMINGO, 18 ENERO 1987 LA VANGUARDIA